Entrada destacada

Kiti, la vanidosa: cuento completo de Ángela Grassi y análisis crítico del castigo por la vanidad de una joven

Análisis literario del cuento: Kiti, la vanidosa Una sensación de nula compasión percibo por parte de la autora, como si ella fuese perfecta...

La Marsellesa: Cuento completo y análisis literario sobre la lucha, la sensibilidad y la redención

Imagen en acuarela digital que muestra al Marranillo acostado en una cama, enfermo, rodeado de sus compañeros, quienes lo miran con expresiones de emoción y solemnidad.


Análisis literario: La Marsellesa

Las relaciones humanas, eje que en ocasiones de poca o nula empatía se yergue ante la nada, dejan un vacío existencial cuando el objeto de la atención —otro ser humano— es incomprendido y menospreciado. 

Si ese ser muere, entonces suelen sobresalir sus cualidades, las mismas que en vida nunca fueron apreciadas. Por otro lado, el protagonista logra la ansiada libertad, y esta vez sus compañeros tienen en cuenta su petición: el canto de La Marsellesa.

Este cuento, profundamente simbólico, aborda temas como la exclusión, la sensibilidad reprimida y el poder redentor del reconocimiento tardío. El personaje conocido como "Marranillo" encarna al ser humano inocente, temeroso y vulnerable, que es ridiculizado tanto por las autoridades como por sus propios compañeros, pese a que todos saben que es inocente. Su sensibilidad, expresada en llanto constante y súplicas, no es comprendida ni valorada en un entorno donde la dureza parece ser la única defensa válida frente a la opresión.

La narrativa presenta un contraste deliberado entre las lágrimas "masculinas", ardientes como lava que deja huella, y las de Marranillo, vistas como inútiles, que solo empapan su pañuelo. Esta visión refleja un mundo que desprecia la fragilidad y condena a quienes no cumplen con un ideal de fuerza estoica. Sin embargo, es precisamente en su fragilidad donde reside la grandeza del personaje.

El punto de giro emocional se produce al final, cuando Marranillo, enfermo de tifus, delira con imágenes entrañables de su vida pasada: su madre, sus libros, su inocencia. 

En su último momento de lucidez, expresa un deseo sencillo pero profundamente simbólico: que canten La Marsellesa sobre su tumba. Este acto, que sus compañeros cumplen, transforma su figura: de ser el objeto de burla, se convierte en un emblema de libertad, dignidad y humanidad.

La canción —símbolo de la Revolución Francesa y de la lucha contra la opresión— sirve como redención no solo para Marranillo, sino también para quienes lo despreciaron. En el acto colectivo de cantar, los compañeros recuperan su capacidad de sentir, de llorar, de reconocer la nobleza en aquel a quien antes rechazaron. Es un canto de despedida, pero también un grito de justicia y de reparación tardía.

La Marsellesa nos confronta con nuestras propias actitudes ante los débiles, los diferentes, los sensibles. Nos recuerda que muchas veces, como sociedad o como individuos, solo valoramos a los demás cuando ya es demasiado tarde. Pero también nos ofrece una posibilidad de redención: la de reconocer, aun al final, la luz en aquel que parecía insignificante.

Venus Maritza Hernández


La marsellesa. 

Autor: Leonid Andreiev


Era tímido como una liebre y paciente como una bestia de carga. Cuando el Destino lo lanzó a nuestras negras filas, nos reímos como locos: la equivocación era verdaderamente cómica. El, naturalmente, no se reía. Lloraba. No he visto en mi vida un hombre tan provisto de lágrimas: le fluían de los ojos, de las narices, de la boca. Parecía una esponja empapada de agua. 

He conocido en nuestras filas hombres lacrimosos; pero sus lágrimas eran como el fuego, que ahuyenta a las fieras. Esas lágrimas viriles avejentan el rostro y rejuvenecen los ojos: semejantes a la lava de un volcán, dejan imborrables huellas y sepultan ciudades enteras de deseos mezquinos y de preocupaciones vanas. No así las de aquel hombre, cuyo llanto lo único que hacía era enrojecer su naricilla y mojar su pañuelo. 

Yo creo que luego lo ponía a secar en una cuerda; pues, si no, hubiera necesitado tres o cuatro docenas. Visitaba casi diariamente a todas las autoridades, grandes y chicas, de la ciudad donde estábamos deportados, se prosternaba ante ellas, juraba que era inocente, suplicaba que se apiadasen de su juventud, prometía no despegar los labios en lo que le restaba de vida para nada que ni por asomo pudiera parecer subversivo. Las autoridades se burlaban de él como nosotros, y le llamaban Marranillo: 

 —¡Eh, Marranillo!—le gritaban. 

 El acudía, dócil, creyendo que iban a notificarle su indulto; pero le acogían siempre con una carcajada burlona. 

Aunque sabían, como nosotros, que era inocente, le trataban a la baqueta, a fin de inspiramos temor a los demás marranillos, que, en verdad, no necesitábamos ver pelar las barbas del vecino para echar a remojar las nuestras. 

El pobre, huyendo de la soledad, iba a menudo a vernos; pero le poníamos cara de pocos amigos. Y cuando, tratando de romper el hielo, nos llamaba «queridos compañeros», le decíamos: 

—¡Cuidado, que pueden oírte! Y el miserable Marranillo miraba, temeroso, a la puerta. 

No podíamos permanecer serios. A pesar de que habíamos perdido hacía mucho tiempo la costumbre de reír, soltábamos la carcajada. 

 Esto le animaba, y el cuitado se sentaba más cerca de nosotros y empezaba a hablarnos, llorando, de sus libros predilectos, abandonados sobre la mesa allá en la ciudad natal; de su mamá, de sus hermanos, que no sabía si aun vivían o se habían muerto de miedo y de tristeza. 

Teníamos que echarle. Cuando declaramos la huelga del hambre se llenó de terror, de un terror tragicómico indescriptible. ¡Era tan comilón el pobre Marranillo!... 

Además, temía rebelarse contra las autoridades. Sin embargo, no se atrevía a desacatar el acuerdo de los compañeros. 

—¿Durará mucho la huelga?—me preguntó con timidez, secándose el sudor de la frente. 

 —¡Sí, mucho! 

 —¿Y no pensáis comer algo a escondidas? 

 —Sí—contesté, muy serio—; nuestras mamás nos enviarán pastelillos. 

El pobre hombre me miró receloso, sacudió la cabeza, suspiró y se fué. Al día siguiente nos dijo, verde como un loro, de miedo: 

—Queridos compañeros: ¡me adhiero a la huelga! 

—¡No te necesitamos!—le gritamos todos a una. 

 Pero él persistió en su actitud y comenzó, con nosotros, la huelga del hambre. Estábamos seguros—lo mismo que las autoridades—de que comía a escondidas. Y cuando, al terminar la huelga, cayó enfermo de tifus, nos encogimos de hombros. 

—¡Pobre Marranillo! Uno de nosotros—el que no se reía nunca—dijo gravemente: 

—Es nuestro compañero; vamos a verle. Fuimos a verle. Estaba delirando. Lo que decía en su delirio era incoherente y lastimoso, como su vida. Hablaba de sus amados libros, de su mamá y de sus hermanos; hacía protestas de inocencia; pedía perdón y pastelillos. Y de cuando en cuando suspiraba: 

—¡Francia, patria mía, patria adorada! Todos asistimos a su muerte, en el hospital. Momentos antes de morir, recobró la lucidez. De pie, ante su lecho, le mirábamos en silencio. 

Estaba boca arriba, inmóvil, y su cuerpecillo apenas hacía bulto entre las sábanas. 

 —¡Cuando me muera—le oímos de pronto murmurar—, cantad sobre mi tumba La Marsellesa! 

—¿Qué dices?—preguntamos, temblando de emoción, de entusiasmo. 

—¡Cuando me muera, cantad sobre mi tumba La Marsellesa! A la inversa de lo que ocurría siempre, sus ojos estaban secos y los nuestros llenos de lágrimas, de lágrimas ardientes, como el fuego que ahuyenta a las fieras. 

Murió, y sobre su tumba cantamos la canción sublime de la Libertad. A nuestras voces juveniles, vibrantes, se unía la voz grave y solemne del océano. 

El pálido horror y la roja, la sangrienta esperanza cabalgaban sobre las olas, con rumbo a la lejana Francia. El marranillo tímido, paciente, la liebre, la bestia de carga, tenía un alma grande, era un hombre, y se había convertido en nuestra bandera. 

 ¡Arrodillaos ante el héroe, compañeros! Cantábamos. Los fusiles nos amagaban, las bayonetas asestaban contra nuestros pechos sus agudas puntas; pero nuestra canción seguía sonando, majestuosa y triunfante. ¡Cantábamos La Marsellesa.

Fin

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario, tus palabras son preciadas joyas.

Popular Posts