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“Poquita cosa” de Antón Chejov: cuento completo y análisis literario

Acuarela digital de un hombre entregando dinero a una institutriz en un despacho, inspirada en “Poquita cosa” de Chéjov.










Análisis literario del cuento “Poquita cosa” – Antón Chéjov

Realmente quedé encantada al leer este cuento. En esta historia corta se retrata con precisión cómo son aquellas personas temerosas, que no se atreven a protestar por nada, ni siquiera en los casos más extremos, como ocurre aquí.

El carácter fuerte se define por la personalidad: por la capacidad de amarse y respetarse a uno mismo, por defenderse y no aceptar ciertos comportamientos humillantes por parte de otros. Una persona con autoestima no permite que se le rebaje ni se le pisotee, y deja clara su postura cuando la razón está de su parte.

En el cuento, el protagonista finge ser un hombre desalmado con la institutriz, maestra de sus hijos. Durante un supuesto ajuste de cuentas, le impone en su perorata fingida funciones que no corresponden al puesto que ella ocupa en el hogar, tratándola como si fuera responsable de todo lo que ocurre con los niños, dentro y fuera del aula.

Con argumentos absurdos, le descuenta casi todo su salario: por días festivos, enfermedades de los niños, descansos por dolor de muela, hasta por una taza rota y una chaqueta desgarrada. Incluso le atribuye un préstamo que ella no reconoce haber tomado. A lo largo de esta humillación, ella calla, avergonzada, con la mirada baja y lágrimas contenidas. No se defiende. No discute. No reclama lo justo. Simplemente acepta.

Y eso es lo que más duele del relato: su silencio.
Ese silencio que grita, que deja al lector con un nudo en la garganta.

Finalmente, el patrón revela que todo fue una lección cruel, una especie de “experimento” para poner a prueba la pasividad de la joven. Le devuelve todo su dinero, preparado de antemano en un sobre, y le lanza la frase que resume el alma de este cuento:
“¿Es que se puede ser tan poquita cosa?”
Y ella, sin decir una palabra, solo sonríe con dulzura, y en su rostro se lee: “Se puede.”

Este desenlace otorga al lector una mezcla de alivio y reflexión, pero no deja de ser triste. Quien lee se ha identificado con la víctima todo el tiempo, y aunque ella recibe su salario, el daño moral ya está hecho. Nos queda clara la fragilidad de algunas personas frente a la injusticia, y cómo el abuso puede venir incluso disfrazado de bondad o de enseñanza.

La historia es breve, pero poderosa. El título no podría ser más acertado: “Poquita cosa”. Una expresión que en sí misma es un juicio, un veredicto cruel hacia los que no se atreven a levantar la voz.

Este cuento nos confronta con una realidad silenciosa y habitual: la sumisión normalizada, el abuso cotidiano, la falta de autoestima que muchas veces viene de una historia de necesidades o desprecios acumulados. Y también nos hace pensar en cuántas veces hemos visto, vivido o ignorado una situación similar.

El cuento de Chéjov, con su estilo sencillo y directo, deja una huella emocional profunda. Nos invita a preguntarnos:
¿Es realmente una lección lo que dio el patrón, o solo una manera elegante de justificar la humillación?
¿Y cuántos, como Yulia, siguen pasando por este mundo sin mostrar los dientes?

Venus Maritza Hernández


Poquita cosa

Autor: Anton Chejov

Hace unos día invité a Yulia Vasilievna, la institutriz de mis hijos, a que pasara a mi despacho. Teníamos que ajustar cuentas.

-Siéntese, Yulia Vasilievna -le dije-. Arreglemos nuestras cuentas. A usted seguramente le hará falta dinero, pero es usted tan ceremoniosa que no lo pedirá por sí misma… Veamos… Nos habíamos puesto de acuerdo en treinta rublos por mes…

-En cuarenta…

-No. En treinta… Lo tengo apuntado. Siempre le he pagado a las institutrices treinta rublos… Veamos… Ha estado usted con nosotros dos meses…

-Dos meses y cinco días…

-Dos meses redondos. Lo tengo apuntado. Le corresponden por lo tanto sesenta rublos… Pero hay que descontarle nueve domingos… pues los domingos usted no le ha dado clase a Kolia, sólo ha paseado… más tres días de fiesta… 

 A Yulia Vasilievna se le encendió el rostro y se puso a tironear el volante de su vestido, pero… ¡ni palabra!

-Tres días de fiesta… Por consiguiente descontamos doce rublos… Durante cuatro días Kolia estuvo enfermo y no tuvo clases… usted se las dio sólo a Varia… Hubo tres días que usted anduvo con dolor de muela y mi esposa le permitió descansar después de la comida… Doce y siete suman diecinueve. Al descontarlos queda un saldo de… hum… de cuarenta y un rublos… ¿no es cierto? 

El ojo izquierdo de Yulia Vasilievna enrojeció y lo vi empañado de humedad. Su mentón se estremeció. Rompió a toser nerviosamente, se sonó la nariz, pero… ¡ni palabra! 

-En víspera de Año Nuevo usted rompió una taza de té con platito. Descontamos dos rublos… Claro que la taza vale más… es una reliquia de la familia… pero ¡que Dios la perdone! ¡Hemos perdido tanto ya! Además, debido a su falta de atención, Kolia se subió a un árbol y se desgarró la chaquetita… Le descontamos diez… También por su descuido, la camarera le robó a Varia los botines… Usted es quien debe vigilarlo todo. Usted recibe sueldo… Así que le descontamos cinco más… El diez de enero usted tomó prestados diez rublos.

-No los tomé -musitó Yulia Vasilievna.

-¡Pero si lo tengo apuntado!

-Bueno, sea así, está bien.

-A cuarenta y uno le restamos veintisiete, nos queda un saldo de catorce… 

Sus dos ojos se le llenaron de lágrimas… Sobre la naricita larga, bonita, aparecieron gotas de sudor. ¡Pobre muchacha!

-Sólo una vez tomé -dijo con voz trémula-… le pedí prestados a su esposa tres rublos… Nunca más lo hice…

-¿Qué me dice? ¡Y yo que no los tenía apuntados! A catorce le restamos tres y nos queda un saldo de once… ¡He aquí su dinero, muchacha! Tres… tres… uno y uno… ¡sírvase! Y le tendí once rublos… 

Ella los cogió con dedos temblorosos y se los metió en el bolsillo.

-Merci -murmuró. 

 Yo pegué un salto y me eché a caminar por el cuarto. No podía contener mi indignación.

-¿Por qué me da las gracias? -le pregunté. 

-Por el dinero.

-¡Pero si la he desplumado! ¡Demonios! ¡La he asaltado! ¡La he robado! ¿Por qué merci?

-En otros sitios ni siquiera me daban…

-¿No le daban? ¡Pues no es extraño! Yo he bromeado con usted… le he dado una cruel lección… ¡Le daré sus ochenta rublos enteritos! ¡Ahí están preparados en un sobre para usted! ¿Pero es que se puede ser tan tímida? ¿Por qué no protesta usted? ¿Por qué calla? ¿Es que se puede vivir en este mundo sin mostrar los dientes? ¿Es que se puede ser tan poquita cosa? 

 Ella sonrió débilmente y en su rostro leí: “¡Se puede!” Le pedí disculpas por la cruel lección y le entregué, para su gran asombro, los ochenta rublos. Tímidamente balbuceó su merci y salió… La seguí con la mirada y pensé: ¡Qué fácil es en este mundo ser fuerte! 

 Fin

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