Percibo en este cuento una doble intención del autor. Cuando el personaje que desprende aroma a rosas juzga al otro, ese que solo observa sin intervenir ante la agonía de las flores, parece anticiparse a una crítica profunda: la de quienes, frente a las injusticias de la vida o del mundo, prefieren la pasividad cómoda del espectador.
El hombre perfumado con rosas representa, entonces, al que actúa, al que se involucra, y por ello recibe un don divino. En contraste, el otro encarna a aquellos que, por su indiferencia e hipocresía, no merecen recompensa alguna. Es una advertencia velada a todos los que eligen no hacer nada cuando más se necesita su acción.
El hombre que olía a rosas
Autor: Ricardo Miró