lunes, 16 de junio de 2025

El triunfo del ideal – Relato de Ricardo Miró, literatura panameña

Pintor obsesionado trabajando en su obra, con expresión de locura y determinación, ilustración del cuento El triunfo del ideal de Ricardo Miró.
















El objetivo o ideal que nos trazamos en la mente puede ser loable y positivo, siempre que se mantenga dentro de la justa medida. Como bien se dice: todos los extremos son malos.

Este principio se ve reflejado en el comportamiento del protagonista del cuento "El triunfo del ideal", de Ricardo Miró. El personaje principal, un pintor, se obsesiona tanto con alcanzar la perfección en su obra que termina perdiendo la noción de la realidad. Su búsqueda del ideal lo consume por completo, mostrando cómo incluso una meta noble puede volverse destructiva cuando se lleva al exceso.

Venus Maritza Hernández

El triunfo del ideal

Autor: Ricardo Miró

 Tendido perezosamente sobre el ancho diván de terciopelo carmesí, José Antonio Conde seguía con distraída mirada las azules espirales de humo de su cigarro que subía caracoleando y esfumando se hasta desvanecerse por fin antes de llegar al cielo raso de la amplia habitación que le servía de estudio. 

 Sobre las paredes, en artístico desorden, había lienzos incon clusos, bocetos de viejos semblantes bíblicos, cabezas viciosas de hombres abyectos, rostros tristes de mujeres que habían sido vencidas por la miseria y cuerpos flácidos de niñas, cuyos rostros de bocas abiertas y ojos asombrados decían a los curiosos que se desnudaban inocentemente para llevar el precio de su trabajo a la madre ciega o al hermanito enfermo. 

 Ocupaba el centro del estudio un hermoso bastidor que repre sentaba la muerte de Desdémona, dada por el celoso Otelo . Desdé mona parecía dormir . Su boca, que comenzaba a tornarse lívida, una boca abierta desesperadamente pidiendo aire, estaba marcada por una mueca dolorosa . 

Atrás, Otelo, con las cejas contraídas, empuñando febrilmente un puñal que llevaba en el cinto, posaba su mirada feroz sobre el pálido rostro de la muerta . A través de su frente se veía bullir la ola avasalladora de sus injustos celos ; una satisfacción infinita, fruto de su brutal venganza, y allá, como comienzan a aparecer las primeras luces de una aurora de invierno, se adivinaba algo que tal vez pudieran ser los albores de un arrepentimiento tardío . .. 

 José Antonio Conde era un joven artista de grandes esperanzas. Armado de unos cuantos pinceles y una paleta, se arrojó al redondel de la lucha y su peregrinación a través de las sendas del arte, más escabrosas cuando se principia, fue una marcha triunfal. 

Había logrado trasladar a sus lienzos expresiones tristísimas bajo las cuales se divinaban historias mudas de dolores asesinos; rostros de niñas inocentes en cuyas frentes blancas se traslucía la pureza de sus almas 177 castas y plácidas como las noches de luna. 

De ovación en ovación, de triunfo en triunfo, había llegado a la meta, arrebatando el primer premio de la exposición de las manos de los viejos maestros encanecidos en las luchas de la inteligencia. 

A pesar de todo aquello, él no estaba contento . Su orgullo de artista, su orgullo de artista que siente y se encuentra capaz de trasladar al lienzo, intactas, las creaciones de su mente, le pedía más. 

Triunfar una vez podía haber sido obra de la casualidad, y él quería triunfar dos, tres, cuatro veces. . .Quería triunfar siempre . . . 

Entonces concibió la idea de hacer una obra sublime, extraordi naria, una cosa nunca vista, algo que no hubiera tenido precedente en la historia del Arte. 

Escogería la muerte de Desdémona en el instante en que la bella veneciana se desploma balbuceando :

-iMuero inocente! La boca de Desdémona debería estar entreabierta por una mueca extraña de dolor ; un ligero estremecimiento y un largo suspiro son las únicas señales que acusan que ha pasado a la vida eterna. 

Las son rosadas carnes de Desdémona comienzan a tornarse lívidas y rígidas. En suma: quería que en su lienzo se advirtiera la transición de la vida a la muerte; que las carnes se vieran palidecer paulatina mente; quería que en torno de su cuarto flotara un ambiente sofo cante de tragedia, unido al perfume misterioso de la carne joven que deja de vivir. . . Por largo tiempo acarició en su mente aquella idea sin atreverse a darle forma práctica : temía una derrota íntima y su orgullo de artista aplaudido se sublevaba furioso. 

Al fin se decidió y preparó el bastidor porque sabía que iba a triunfar; pero entonces un obstáculo en el cual no había pensado se alzó delante de él con los brazos abiertos, como cerrándole el paso . . . 

Dónde podría encontrar un modelo como lo necesitaba? . . .Las que le habían servido hasta la fecha eran hetairas impuras a través de cuyas carnes viciosas se entreveía el fuego implacable que las devora ba en silencio; niñas vírgenes que aún no habían acabado de formar se, y él necesitaba una mujer, una mujer plenamente modelada, pero pura, con esa pureza que se extiende a las líneas más insignificantes y a las medias tintas más pálidas . . . 

Entonces pensó en Julia, su dulce y su castísima esposa. Nadie mejor que ella podría ayudarlo a salir triunfante en aquella ocasión . Ella era dócil como la cera blanda, y riendo candorosamente 1 78 convino en complacerlo en lo que le pedía . 

Todos los días, Julia Cardenal comenzaba a desnudarse mientras una sonrisa embarazosa abría su boca y las tintas del rubor teñían sus mejillas. Y cuando aparecía radiante en toda su desnudez aquel cuerpo correctísimo de Venus de Milo, embellecido por el suave fulgor que irradiaba su alma blanca y casta, hasta ella doblaba la frente, como avergonzada de su propia belleza. 

Después se tendía sobre el amplio canapé, medio tapada con un fino cobertor para que José Antonio arreglara convenientemente los pliegues de la tela que la cubría con timidez, como avergonzada de interponerse entre los ojos y los suaves encantos de la joven ; luego él le daba abandono a la cabeza, languidez a las extremidades y entonces, retirándose, conti nuaba febril la obra en la cual trabajaba con tanto ardor.

Siempre que remataba con pureza una línea o daba un toque feliz, se echaba hacia atrás para ver el efecto y orgulloso y contento corría donde Julia y le daba un beso en la frente. 

No descansaba de trabajar un momento y la obra seguía adelan te rápidamente, llenando el alma del artista y de la modelo de un go zo infinito. Un día, José Antonio Conde recibió un telegrama de su padre que decía : "José Antonio : tu madre se muere". 

José Antonio arregló precipitadamente una maleta y, llena el alma de la profunda pena que le causaba la fatal noticia, se despidió de Julia con un beso largo y tomó un coche que debía conducirlo a la Estación. A los pocos días, Julia Cardenal recibió una carta de su esposo . Le decía que su madre se había mejorado notablemente con su presencia y que ya estaba fuera de riesgo ; terminaba pidiéndole noticias de Desdémona. Le preguntaba si la había visto, si siempre encontra ba el cuadro bueno. . . 

La segunda carta no se hizo esperar. Le participaba que su per manencia al lado de sus padres duraría un mes por lo menos ; que su madre no quería que se separara de su lado y pretextando que temía una gran desgracia, pero le prometía convencer pronto a su madre del ningún fundamento que tenían sus temores. 

Terminaba preguntándole por su Desdémona y le recomendaba que se la cuidara y vi sitara todos los días limpiándolo cuidadosamente . . . Al fin, Julia Cardenal recibió un telegrama en el cual José Anto nio Conde le anunciaba que salía en ese momento y debía llegar en el 179 tren te la tarde.

Ella salió a recibirlo a la escalera y se confundieron en un estrecho y ternísimo abrazo porque era la primera vez que se separaban teste el dichoso tía en que se unieron para siempre. 

- Cómo está mi Desdémona, Julia?- fue lo primero que pre guntó Juan Antonio .-- Buena, hombre, buena - replicó ella, y continuó :-- Sabes que me estoy poniendo celosa de la muerta? . . .-- ¡Bah! . . . No seas tonta-- dijo él con cariño, y soltándose te sus brazos se dirigió al Estudio, impaciente por volver a contem plar su obra predilecta . 

 Llegó delante del caballete y descubrió el cuatro ; retiróse unos cuantos pasos y quedó aterrorizado . Aquel no era su cuatro, ni esa la obra te tantos desvelos. Había pintado una Destémona muerta, cuya boca entreabierta por un gesto extraño tejaba adivinar el profundo dolor que le causó la injusta acusación del ser adorado, triunfante sobre los dolores físicos de su muerte; había pintado carnes demacradas, amarillas y rígidas ; carnes quietas y dormidas te muerte, y aquella boca no acusaba dolor, y bajo aquellas carnes, un tanto pálidas, se veía circular la vida 

Su Desdémona estaba dormida, pero no muerta. Había pretendido pintar una mujer que acababa te morir y había pintado una anémica . Y se mesaba desesperadamente los cabellos al ver derrumbarse en un momento el castillo formato a costa de tántas fatigas y desvelos . . . Pero . . .

Cómo era que él no había notado antes tales imperfecciones? Cómo era que aquella obra gigante, te la cual no había apartado los ojos un momento durante tos meses consecutivos, y que él se imaginaba representativa de un dolor horrible sin instantáneo le aparecía ahora como un cuatro bello, pero sin ninguna expresión? 

La escena siniestra que él llevaba en la mente horrorizada y la que había pintado enternecía . . . Por qué, se preguntaba sin cesar, por qué?. . . Al fin, la luz se hizo, y él dobló la frente porque era el único culpable. 

Durante más te tos meses, había trabajado sin cesar en su grandiosa concepción : pero, i ay!, su vista, cansada con la continui dad te aquel trabajo aniquilador, se hizo incapaz te apreciar la 180 diferencia que existía entre lo que pintaba y lo que forjó su fantasía . 

Cuando entornaba los ojos para estudiar el cuadro en conjunto, lo encontraba sublime porque veía que él llenaba por completo su cerebro . Hoy, después de un descanso de un mes, después de un largo paseo por el campo, en donde a solas con su ideal tal vez lo había embellecido un poco más en sus horas de sueños, al presentarse delante de su cuadro la frialdad de la pintura le había helado el alma, produciéndole una decepción horrible. 

Su Desdémona tenía vida, y eso le probaba que él era tan sólo un copiador vulgar. Y la sombra de su prematura impotencia y de su inesperada derrota se le presentaba ante los ojos, terrible y asustado ra . . . 

Sus noches eran febriles y se revolvía en el lecho sin poder conciliar el sueño . A veces quería continuar su obra para corregirla poco a poco, y cuadrándose delante de Julia Cardenal, armado de sus pinceles, le decía :

- Más, más dolor. . . No ; así- no . . . y tiraba la paleta al suelo y salía desesperado del Estudio. Entonces Julia lloraba su abandono, con la cabeza escondida entre las manos, sublime en medio de su desnudez, como la bella enamorada del Rey de ¡taca. . .

-- Si yo pudiera conseguir una modelo . . . - pensó una vez Juan Antonio- Una modelo muerta, pero muerta sufriendo un dolor moral horrible, como la infeliz Desdémona. Y aquel deseo, vago al principio, fue haciéndose avasallador y único en su mente. Era una idea tenaz que le golpeaba el cerebro con el repiqueteo incesante e irresistible del timbre de un desperta dor. 

La aurora lo sorprendió en el lecho con los ojos abiertos, atormentado por el terrible pensamiento que lo torturaba, oprimién dolo con su implacable garra .-i Si yo pudiera encontrar una modelo muerta! Ya no le dirigía la palabra a Julia Cardenal y cuando entraba al Estudio sus ojos de loco se posaban sobre la obra abandonada y 181 una lágrima le surcaba el rostro. 

Huía de sus amigos y en la noche se le oía hablar solo y gesticular como un monomaníaco. Fue al amanecer de una terrible noche de desvelo y de dolor . Se levantó con los ojos abiertos e inyectados : con el semblante ilumi nado por una sonrisa horrible y fatídica . Por entre las corridas cortinas entraba la luz de la mañana con tintes de crepúsculo .

-¡Ah, yo tendré modelo!. .- dijo riendo horrorosamente. Y andando de puntillas se dirigió a la alcoba de su esposa . Julia Carde nal sonreía, soñando quizá con el próximo triunfo de su querido esposo. José Antonio se detuvo al pie del lecho y murmuró :-- Desdémona, vas a morir . . . 

 La joven se revolvió en el lecho y abrió los ojos .-José Antonio. - musitó dulcemente. Pero él permaneció mudo, con la aterradora mirada fija sobre el semblante de su esposa.

-- Qué tienes, por Dios, José Antonio ? Qué te pasa? . . .-dijo ella, asustada, mientras se incorporaba en el lecho .

- Qué me pasa?. . .Y eres tú, perjura, quien lo pregunta? Qué tengo?. . . Sed de venganza, horrible deseo de muerte que tú tan sólo puedes aplacar.

- Y avanzó hacia Julia extendiendo sus brazos de atleta. Ella retrocedió aterrada, con los ojos abiertos, como buscando un abrigo entre los cortinajes del lecho, pero al fin la pared le cerró el paso. 

 Entonces José Antonio avanzó, rojo de ira, echando espumara jos por la boca y tomándola por una mano, la atrajo hacia sí y la apretó con furia. Ella se defendía forcejeando con desesperación entre sus brazos, que cada vez estrechaban más el anillo de hierro con que lo ahogaban, y cuando ya no pudo resistir, hundió sus sonrosadas uñas en el pecho de José Antonio, como último medio de defensa. 

 Aquello acabó de enfurecer al loco, que haciendo un supremo esfuerzo, oprimió, oprimió el cuerpo de Julia Cardenal hasta que los huesos crujieron y la joven dobló la cabeza sobre su pecho sudoroso. 

José Antonio abrió los brazos y la dejó caer : estaba fatigado . . Permaneció unos cuantos minutos inmóvil ; luego, tomando nueva mente el cuerpo de su esposa, se dirigió al estudio y lo tendió sobre el ancho canapé, medio tapado con el fino cobertor. 

 El primer rayo de sol lo encontró trabajando febrilmente en la obra tremenda que ideara en sus sueños de artista aplaudido . Reía feliz, con risa de loco, porque ya tenía el modelo que necesitaba.

Conclusión

Tristemente, el protagonista no alcanza a comprender la magnitud de sus acciones. Su locura se manifiesta en la pérdida total del juicio, al continuar trabajando en su cuadro con una risa descontrolada, propia de quien ha cruzado el umbral de la razón. Se siente realizado, convencido de haber alcanzado la perfección, pero en realidad ha sido consumido por su obsesión.

Venus Maritza Hernández

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