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lunes, 16 de junio de 2025

El triunfo del ideal – Relato de Ricardo Miró, literatura panameña

Pintor obsesionado trabajando en su obra, con expresión de locura y determinación, ilustración del cuento El triunfo del ideal de Ricardo Miró.
















El objetivo o ideal que nos trazamos en la mente puede ser loable y positivo, siempre que se mantenga dentro de la justa medida. Como bien se dice: todos los extremos son malos.

Este principio se ve reflejado en el comportamiento del protagonista del cuento "El triunfo del ideal", de Ricardo Miró. El personaje principal, un pintor, se obsesiona tanto con alcanzar la perfección en su obra que termina perdiendo la noción de la realidad. Su búsqueda del ideal lo consume por completo, mostrando cómo incluso una meta noble puede volverse destructiva cuando se lleva al exceso.

Venus Maritza Hernández

El triunfo del ideal

Autor: Ricardo Miró

Máximo Gorki: La voz incansable del realismo social ruso

Retrato de Máximo Gorki, escritor ruso y pionero del realismo social

Máximo Gorki, cuyo verdadero nombre era Alexéi Maksímovich Peshkóv, nació el 28 de marzo de 1868 en Nizhni Nóvgorod, entonces parte del Imperio Ruso. Su vida y obra se convirtieron en símbolos de la lucha social y literaria de Rusia a finales del siglo XIX y comienzos del XX, reflejando con crudeza las condiciones de vida de los más desfavorecidos y las injusticias que marcaban su época.

Emilia Pardo Bazán: La voz pionera que iluminó la literatura y el alma de la mujer española

 

Retrato de Emilia Pardo Bazán, escritora gallega y pionera del naturalismo en España











Emilia Pardo Bazán nació el 16 de septiembre de 1851 en La Coruña, una ciudad gallega que sería testigo del nacimiento de una de las figuras más influyentes de la literatura española. Proveniente de una familia noble, desde muy pequeña mostró una curiosidad insaciable por el mundo que la rodeaba, así como un amor profundo por la lectura y el aprendizaje. 

Ángela Grassi – Una voz femenina pionera en la literatura española del siglo XIX

 

Retrato de Ángela Grassi, escritora española del siglo XIX y referente de la literatura femenina.









Ángela Grassi (1826-1883) fue una escritora española que destacó en el convulso panorama literario del siglo XIX, una época en la que la voz femenina comenzaba a abrirse paso en un mundo dominado por hombres. Aunque no tan conocida como otros autores de su tiempo, Grassi dejó una huella significativa a través de sus novelas y ensayos, en los que exploró temas sociales, psicológicos y sentimentales desde una perspectiva novedosa y valiente para la época.

viernes, 13 de junio de 2025

La urna de oro y la fe

La urna de oro y la fe en San Lamberto


La crudeza de la vida, marcada por los efectos devastadores de la miseria y la pobreza económica, atraviesa la existencia del personaje principal y su familia. Las carencias materiales no solo afectan su entorno, sino también su espíritu. 

El protagonista, un padre de familia profundamente entregado a sus hijos y a su esposa, se aferra con fe a la figura de un santo en busca de consuelo y esperanza. Aunque en su camino tropezará con el dolor y el desencanto, finalmente verá una luz que lo guiará hacia un renacer espiritual, junto a los suyos.

Venus Maritza Hernández

La urna de oro

Autora: Ángela Grassi

Fue en la gran ciudad de Lieja, centro de la activa industria flamenca, en donde sucedió lo que voy á referiros; en Lieja, la ciudad majestuosa y sombría al mismo tiempo, de calles angostas, donde no penetra el sol, de casas altísimas y negruzcas, pero de anchas plazas, de soberbios monumentos, de gigantescas torres; que se agrupa parte en el fértil llano, parte en anfiteatros sobre las primeras colinas del monte de San Walburg, y que se espeja á la vez en dos caudalosos ríos, el Mosa y el Vurthe, que multiplican cien y cien veces sus cúpulas en sus ondas temblorosas. 

Ahora bien; en Lieja existe una grande y suntuosa iglesia, llamada de San Pablo, y en esta iglesia, aun hoy se admira una bellísima urna de oro, en donde están encerrados los despojos mortales de San Lamberlo, protector de la ciudad. 

 Y hé aquí la sencilla historia de esta urna maravillosa, tal cual la refieren los ancianos obreros, cuando por las noches se entregan al descanso, sentándose en torno de una enorme jarra de cerveza, que es su bebida favorita. 

Era en 1049: agotábanse los postreros frutos del Otoño y la brisa se iba convirtiendo en cierzo, y tras el cierzo asomaban los rudos aquilones que quitan á los árboles sus postreras hojas; que arrebatan á la tierra sus postreras flores, que todo lo tronchan y aniquilan, preparando la entrada triunfal del caduco invierno, que viene envuelto en un manto de nieve; que trae adornada la frente con una diadema de hielos! 

Era el primero de Noviembre, día de la fiesta de Todos los Santos; rayaba el alba, y las campanas de la ciudad tocaban melancólicamente el Angelus. Ninguna luz brillaba en los cielos, ninguna luz brillaba en la tierra; los habitantes de Lieja dormían y no lo oyeron. Uno sólo lo oyó, y es que su lecho era de espinos, porque lo habían mullido los cuidados; es que la miseria, con su voz lúgubre, mecía su inquieto sueño. 

Despertó al oír el toque matutino, y al despertar lanzó un ¡ay! un suspiro doloroso. Hoy es el día de todos los Santos, pensó; día de fiesta y de algazara, y no tengo pan para mis hijos, como ayer no tuve carbón para mi fragua! ¡Mi fragua está muda, el fuego no chisporrotea en ella, no se oye el ruido del yunque y del martillo, no se oyen los cantos de los obreros, no se ve el resplandor de la llama rojiza ó azulada, que todo lo alegra, que todo lo ilumina! 

¡Ayer no se encendió! ¡Hace tres meses que no se enciende! ¡Ay de mi pobre fragua! ay de mis pobres hijos! Hullos, que así se llamaba el infeliz herrero, se entregó durante algunos momentos á un vértigo doloroso, pero las campanas con su tam, tam, solemne, le recordaron el cielo. 

Las campanas tocaban á misa: ¡convocaban á los mártires de la tierra para que asistiesen al sacrificio sublime del Mártir de las alturas infinitas! Hullos se levantó, se puso su chaquetón de paño burdo, su gorro de lana, calado hasta las orejas, atravesó de puntillas el cuarto desmantelado en donde dormían su mujer y sus hijos, pasó por la desierta fragua y salió á la calle.

La calle estaba llena todavía de sombras, y por entre las sombras llegó á la iglesia de San Pablo. El sacerdote que celebraba la misa estaba solo en el altar con los monaguillos, y los pasos de Hullos por el pavimento levantaron un eco prolongado. 

Hullos oyó la misa con fervor, oró delante de la urna que encerraba los restos de San Lamberto, y al concluir su plegaria, pidió al Santo, con lágrimas del corazón, que hiciese un milagro en favor de su fragua y de sus hijos!

La fe puede mover los montes de un lado á otro; la fe era tan grande en Hullos, que salió de la iglesia consolado. Entonces el sol empezaba á dorar los altos campanarios, y cruzaban algunos transeúntes por las calles. De pronto sintió que le tocaban en el hombro. Era un antiguo compañero suyo, franco y sencillo como él, que estaba de pie en el umbral de una cervecería y le convidaba con un vaso de líquido espumoso.

Hullos, que con su ferviente rezo creía haber salvado á su familia, entró... bebió... Tal vez bebió más de lo prudente; tal vez en su estado de debilidad le produjo mayor efecto. Salió de la cervecería con sus amigos, se sentó debajo de un árbol, en el delicioso paseo de la Cornemuse, y se quedó dormido...

¡Cuando despertó, las calles estaban otra vez llenas de sombras! Su primer grito fue como el de la mañana. —¡Ay de mi pobre mujer, sin pan! Ay de mis pobres hijos! Fijó sus ojos en las estrellas del cielo, en las luces errantes que cruzaban por las ventanas de algunas casas, y tuvo horror y vergüenza de sí mismo. —¡Padre sin corazón!—exclamó golpeándose el pecho.

—¡Tú embriagándote de cerveza y tus pobres hijos con hambre! La desesperación y los remordimientos se apoderaron de su espíritu turbado. Su exaltada fantasía ennegreció tanto su falta, que le parecía imposible que la tierra pudiese sustentar á un monstruo semejante. 

El Mosa estaba á dos pasos de allí, y sus aguas se deslizaban blandamente sobre el florido cauce... ¡Hullos fijó sus extraviados ojos en el río, que parecía brindarle con el reposo eterno!... Paso á paso, reteniendo hasta el aliento, y como atraído por una fuerza misteriosa, se fué acercando á la pérfida corriente, que huía fugitiva invitándole á seguirla... 

Pero en aquel momento resonó una campana, y luego otra, y luego todas las de la ciudad movieron de concierto sus lenguas argentinas, que parecían decir: ¡Paz en la tierra; paz, paz en la tierra y en los cielos! Tocaban al Ave María. Hullos se descubrió y rezó... 

Entonces no supo si de las turbias aguas, o de la verdosa arboleda, surgió una extraña figura, un viejo, un ermitaño, ó un obispo, de blanca barba y aspecto majestuoso... Y entonces resonó una voz... ¿Era de arriba? ¿Era de abajo? no lo supo tampoco... Pero la voz decía: —Hullos, Hullos, ¿en dónde está tu fe? ¿en dónde está tu esperanza?... 

¡Sin embargo, has creído y has rezado!... ¡Hullos, Hullos, ve a tu casa!... ¡Tu mujer y tus hijos también están rezando!... Pero no distraigas á tu mujer ni á tus hijos; coge un azadón y sube al monte de San Walburg... ¡Sube, sube hasta donde está el convento de los monjes!... ¡Allí hallarás un gran montón de nieve, y debajo de la nieve unas piedras negras y relucientes!...

 ¡Y volverá á chisporrotear el fuego, volverá á brillar la llama, la fragua no estará muda, y tus hijos tendrán pan! Hullos, al escuchar la voz, había caído de rodillas, había cerrado los ojos... Cuando los abrió de nuevo, sólo vió á las estrellas que rodaban por los cielos, sólo vió á las ondas que se deslizaban silenciosamente sobre el florido cauce, y la espesura muda é inmóvil como antes... 

¿Era, en efecto, san Lamberto quien se le había aparecido? Hullos, lleno de fe, atravesó la ciudad, entró en su casa, en donde resonaban las preces que su mujer y sus hijos elevaban al bendito Santo; cogió el azadón con sigilo, y se dirigió á la montaña. 

La noche era oscura: el frío, intenso; las estrellas se habían ocultado debajo de las nubes, que dejaban caer grandes copos de nieve, y en las selvas cercanas se oían los rugidos de las fieras. Hullos no sintió ni frío ni miedo: la fe le daba impulso; ¡la fe iluminaba su escabrosa senda! 

Cayendo y levantando, con los pies chorreando sangre, con el traje hecho girones, llegó al pie de los muros del convento. Allí había un montón de nieve, y se puso á cavar, diciendo: —¡Milagroso san Lamberto, ven á mi socorro! Y cavó, y al cabo de algún tiempo, halló muchas piedras negras y relucientes. ¡Pim, pam, pim, pam, pam, pim, pim, pam! —¿Qué es esto? Suena la fragua de Hullos. 

En la fragua de Hullos brilla una gran llama. Esto decían los vecinos que salían al toque del Angelus del día siguiente para oir la primera misa. Y todos se agruparon en la puerta de Hullos, el pobre herrero, y ¡oh extraña maravilla! ¡Eran piedras negras y relucientes las que llenaban la fragua, y se iban convirtiendo en brasas; eran las piedras negras y relucientes las que despedían aquella llama vivísima que iluminaba la calle! 

¡Y Hullos trabajaba con ardor, manejando alternativamente el yunque, el fuelle y el martillo, y su mujer y sus hijos estaban arrodillados en torno de él, diciendo: —¡Gloria, gloria al bendito san Lamberto! ¡Aquellas piedras negras y relucientes eran el carbón de piedra, ni que se dió el nombre de Hulla, en memoria de su descubridor, el pobre herrero! 

¡El carbón de piedra que debía ser de tanta utilidad á la moderna industria, dando impulso á sus máquinas gigantescas; prestando alas á los barcos de vapor para desafiarlas tempestuosas ondas de los mares; dando impulso á la soberbia locomotora, que cruza silbando por montes y por valles, triunfando del tiempo y las distancias! 

Hullos se hizo rico; su pobre fragua se trocó en un vastísimo establecimiento, en donde millares de felices obreros cantaban al compás de sus martillos; pero con los primeros beneficios que reportó de la nueva industria, hizo construir para el Santo bendito aquella preciosa urna de oro que asombra á cuantos visitan la iglesia de San Pablo. 

Tal es la sencilla tradición que cuentan en Lieja los obreros, cuando por las noches se entregan al descanso, y añaden á modo de corolario: —Fe y trabajo, hermanos, que con la fe y el trabajo el hombre todo lo alcanza.

Autora: Ángela Grassi

Conclusión
La fe fue el motor que impulsó al protagonista a esforzarse, a luchar con determinación por un objetivo noble: el bienestar y la felicidad de su familia. Su convicción, sostenida en la esperanza y en el amor por los suyos, lo llevó a superar la adversidad. Finalmente, la prosperidad llegó como fruto de su trabajo constante y su fe inquebrantable.


Venus Maritza Hernández



sábado, 29 de octubre de 2022

Alma de oro, poemas románticos

Alma de oro por Ricardo Miró


Ricardo Miró, uno de los grandes escritores panameños, cuyas obras me deleitaron desde la infancia, despliega en sus versos una lira poética de gran claridad. Sus floridas frases románticas nos transportan a tiempos remotos y nos permiten percibir el aroma del tiempo, entre flores amarillentas y párrafos colmados de luz y amor.

Venus Maritza Hernández

Poemas de Ricardo Miró

Alma de oro

«No camines descalza cuando vayas por los montes,
que en los montes florecen las espinas y zarzas…»

Señor, mi Dios, ¿en dónde podré encontrar aquella
olímpica tristeza que presidió su vida?...
Fue dolorosa y muda, lo mismo que una herida;
brillaba sin saberlo, lo mismo que una estrella.
Grabada está en mi mente su indefinible risa;
aquella amarga risa llena de dulce encanto,
que no sé si era risa húmeda toda en llanto,
o acaso alguna lágrima que se volvió sonrisa.

Creyó la vida llena de pétalos de rosa
y desnudas sus breves plantas de seda y rosa
cruzó por los senderos tras de bellos mirajes,
y cayó, con su amarga risa en los labios rojos,
con los pies destrozados por todos los abrojos
y el alma desgarrada por todos los ultrajes.

Brisas de primavera


Cuando pasa Mimí con su sombrilla
color de perla con encajes rosa,
si la miro, su sangre tumultuosa
le retoza en la diáfana mejilla.
Por verla me detengo, y la chiquilla,
como una colegiala maliciosa,
se recoge la falda rumorosa
y descubre la ebúrnea pantorrilla.

Mi alma, toda entera, se estremece
blandamente, lo mismo que se mece
el lirio acariciado por la brisa.
Y Mimí, con un modo que provoca,
vuelve la faz, en tanto que su boca
dibuja una diabólica sonrisa.

Tu recuerdo es piadoso


En vano, en vano trato de olvidarte… Persiste
en mí el grato recuerdo de tu imagen radiosa,
lo mismo que persiste la nota melodiosa
en las concavidades de una bóveda triste.

Un día sobre el yermo de mi vida surgiste,
y como aquella samaritana bondadosa,
acercaste a mis labios el agua milagrosa
de tus besos más dulces y luego… te perdiste.
A veces un recuerdo que surge de lo ignoto,
desenvuelve a mis ojos aquel tiempo remoto
en que alegraron mi alma tus risas argentinas.

Porque entre los escombros de mis sueños más puros
tú eres como esas yedras piadosas que en los muros
cubren la desolada desnudez de las ruinas.

Señora: no renueves el daño que me hiciste;
no avives sobre el yermo de mi vida tediosa
la huella de tus pasos, amable y luminosa,
que a través de los años en mi ánima persiste.

No tienen sed mis labios… el agua que me diste
de tu ánfora repleta de savia milagrosa,
sació todas las ansias de mi alma dolorosa…
y por eso, señora, estoy enfermo y triste.

Tú fuiste alegre y blanca; me diste tu belleza,
y yo en mis amarguras te colgué mi tristeza
como un manto de luto sobre los níveos hombros.
De entonces, al mirarte girar sobre mis ruinas
me finges una de esas joviales golondrinas
que alegran la infinita mudez de los escombros.



Mujer romántica


Ella fue una romántica perdida
que amó los versos y adoró las flores
y que llenó de pájaros cantores
el jardín silencioso de su vida.
Amó una vez, y -candidez divina
que tienen la mujer y la paloma-
tomó la rosa y aspiró el aroma
sin sospechar, tras de la flor, la espina.
Después, calladamente, tristemente,
cerró los labios y bajó la frente,
y ante la verde mar murmuradora,
esperando la vuelta prometida,
se fué quedando, sin sufrir, dormida,
como un pomo que al viento se evapora


Melancolía


Hoy lo mismo que ayer… Tal vez mañana
recordarás con pena este pasado,
cuando ya esté mi corazón helado
y cuando tenga la cabeza cana.

¡Y pensar que yo pude en tu ventana
ser el galante trovador soñado
y así como Romeo enamorado
oír cantar la alondra en la mañana!...

Tu juventud se va; se va la mía…
y mientras muere, sobre el mar, el día
me torturo en pensar que estás muy lejos,
en que nos mata idéntica congoja,
y cada tarde azul que se deshoja
nos deja más sombríos y más viejos.

Autor: Ricardo Miró

Luego de extasiar mis sentidos con éstos poemas de Ricardo Miró, con sus letras de caballero de época, y refinamiento. Escucho los suspiros de las épocas, acompañadas de amaneceres y atardeceres nostálgicos visionados a través de sus versos.

Venus Maritza Hernández