Al Cerro Ancón”: Sentido poema patriótico de Amelia Denis de Icaza

 

Ilustración de poetisa escribiendo el poema Al cerro Ancón,











Análisis del poema:

Una honda sensibilidad se percibe al leer las nostálgicas y sentidas estrofas del poema titulado Al Cerro Ancón, de la inolvidable poetisa de la historia panameña, Amelia Denis de Icaza. 

Cada verso parece brotar de un alma herida por la distancia, por el desarraigo y por la pérdida simbólica de un paisaje amado. La poetisa, lejos de su tierra natal, rememora con ternura los espacios agrestes que en su niñez y juventud le brindaba el recordado Cerro Ancón, convertido ahora en territorio ajeno.

Hay una tristeza que no grita, pero se desliza como un suspiro entre las palabras. Es una melancolía que no solo evoca la patria, sino también la infancia, los sueños perdidos y la identidad en peligro. 

El poema no solo llora la ausencia física del cerro, sino también la transformación de su esencia bajo el dominio extranjero. Se diría que el poema llora de melancolía al igual que su creadora, y que entre líneas se escucha el eco de una patria dolida.

Amelia Denis de Icaza nos lega con este poema no solo una obra literaria de gran valor, sino un documento emocional, histórico y patriótico. 

Su voz emotiva y  firme, se alza desde el corazón del siglo XIX para recordarnos que el amor a la tierra no se disuelve con el tiempo ni con la distancia. Leer Al Cerro Ancón es reencontrarse con una Panamá profunda, íntima y, sobre todo, viva en la memoria de sus poetas.

Venus Maritza Hernandez


Al cerro Ancón

Autora: Amelia Denis de Icaza


Ya no guardas las huellas de mis pasos,

ya no eres mío, idolatrado Ancón.

Que ya el destino desató los lazos

que en tu falda formó mi corazón.


Cual centinela solitario y triste

un árbol en tu cima conocí:

allí grabé mi nombre, ¿qué lo hiciste?,

¿por qué no eres el mismo para mí?


¿Qué has hecho de tu espléndida belleza,

de tu hermosura agreste que admiré?

¿Del manto que con recia gentileza

en tus faldas de libre contemplé?


¿Qué se hizo tu chorrillo? ¿Su corriente

al pisarla un extraño se secó?

Su cristalina, bienhechora fuente

en el abismo del no ser se hundió.


¿Qué has hecho de tus árboles y flores,

mudo atalaya del tranquilo mar?

¡Mis suspiros, mis ansias, mis dolores,

te llevarán las brisas al pasar!


Tras tu cima ocultábase el lucero

que mi frente de niña iluminó:

la lira que he pulsado, tú el primero

a mis vírgenes manos la entregó.


Tus pájaros me dieron sus canciones,

con sus notas dulcísimas canté,

y mis sueños de amor, mis ilusiones,

a tu brisa y tus árboles confié.


Más tarde, con mi lira enlutecida,

en mis pesares siempre te llamé;

buscaba en ti la fuente bendecida

que en mis años primeros encontré.


¡Cuántos años de incógnitos pesares,

mi espíritu buscaba más allá

a mi hermosa sultana de dos mares,

la reina de dos mundos, Panamá!


Soñaba yo con mi regreso un día,

de rodillas mi tierra saludar:

contarle mi nostalgia, mi agonía,

y a su sombra tranquila descansar.


Sé que no eres el mismo; quiero verte

y de lejos tu cima contemplar;

me queda el corazón para quererte,

ya que no puedo junto a ti llorar.


Centinela avanzado, por tu duelo

lleva mi lira un lazo de crespón;

tu ángel custodio remontose al cielo...

¡ya no eres mío, idolatrado Ancón!


Panamá, 1906

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