En un rincón apartado de Veraguas, un árbol único se alza como guardián de antiguas creencias y milagros. Conocido como el “árbol del Paraíso”, su misteriosa floración, su aroma inigualable y los supuestos poderes curativos que se le atribuyen lo han convertido en centro de devoción y asombro por generaciones. Esta historia nos invita a descubrir el vínculo entre la naturaleza y lo sagrado.
Venus Maritza Hernández
Nadie sabe cuántos años o cuántos siglos de existencia tiene el árbol, ni si ha sido siempre el mismo o es éste un descendiente del original o de algún descendiente de aquél. Lo cierto es que sólo hay un árbol tal, y dos retoños nuevos, únicos en esa región de Río de Jesús, únicos en el país, en el Continente Americano tal vez, quizás en el mundo; porque ningún panameño ni ningún extranjero, de todos los rincones de la tierra, que todos los años lo visitan, en ningún lugar del mundo ha visto jamás otro árbol como ése.
Alto como un cedro, una caoba o una maría, de tronco grueso y recto hasta bien alto, de numerosas ramas y con una copa grande y frondosa, de hojas de tamaño mediano, de forma ovalada y muy verdes, tiene un parecido lejano con el marañón de Curazao, pero tiene particularidades que lo hacen diferente y muy raro, que llaman la atención y que desde tiempo inmemorial atrajeron o captaron la curiosidad de los hombres e inspiraron en ellos supersticiones que lo han hecho legendario.
Las gentes lo han bautizado con el nombre de “árbol del Paraíso” y le atribuyen virtudes y poderes extraordinarios.
Las gentes lo han bautizado con el nombre de “árbol del Paraíso” y le atribuyen virtudes y poderes extraordinarios.
En el mes de enero la corteza gris del tronco, las raíces visibles y las grandes ramas comienzan a llenarse de manchas negruzcas en las cuales, después de corto tiempo, empiezan a salir unos brotes que al principio no se sabe a ciencia cierta qué son, pero que gradualmente se convierten en ramilletes, de diversos tamaños y formas, de unas flores parecidas a ciertas orquídeas y a la flor de la granadilla, razón por la cual también se conoce el árbol con el nombre de granadillo o árbol de granadilla.
En esas flores predomina el color morado oscuro pero combinado con otros tonos o variedades de morado, el lila y el rosado, en la parte interior; y el amarillo claro y el amarillo quemado y otras tonalidades de colores de difícil clasificación, en la parte externa. Estas flores en forma de ramillete, van saliendo en brotes sucesivos y llenan el árbol desde las raíces y el tronco hasta las ramas, de tal suerte que al llegar la Semana Santa, está el árbol, por así decirlo, vestido de flores, cuyos colores entonan muy bien con los colores litúrgicos de La Pasión.
Y lo más notable es el aroma grato, indescriptible, que llena los aires del campo aledaño. Ese aroma, “aroma de una inmensa flor”, cautiva también la imaginación de las gentes. Pareciera un incienso pagano y tropical elevándose desde ese altar que la Naturaleza levanta a Dios. Pero aun hay otras peculiaridades que han impresionado a las gentes de Río de Jesús.
El árbol no da más que dos frutos, como del tamaño y la forma de una toronja, con un contenido gelatinoso, maloliente y efímero pero desprovisto completamente de semillas, razón por la cual no puede el árbol reproducirse en esa forma, según el decir de la gente. Por otra parte, cuando se han puesto a prender ramas en formas diversas, han salido yemas o renuevos numerosos cuando se coloca la rama horizontalmente.
Luego, todos esos renuevos se mueren, menos uno, que vive por un tiempo pero que acaba también al fin por secarse. Una anciana de Río de Jesús me ha contado que su madre logró en esta forma prender un arbolito en el patio de su casa, el cual llegó a crecer hasta alcanzar una altura de tres metros más o menos; pero que un día de tormenta, de los muchos que suele haber en Veraguas, un rayo lo destruyó. Y desde entonces no ha visto ni sabido que se haya logrado prender otro. Solamente en el sitio donde se encuentra el árbol viejo han prendido dos hijos, como ya se ha dicho.
Además de todo esto, el “árbol del Paraíso” se encuentra en medio de una ceja de monte, cercana a un estero, a corta distancia del Puerto de La Trinidad. Hay manglares cercanos pero no hay mangles ni árboles de los comunes en las orillas de los manglares o del mar en esa como isla de vegetación que rodea al “granadillo”; y éste es único en su clase, sin parecido alguno, con los árboles que lo rodean.
Las flores, que son hermosas y fragantes, cautivan desde luego, al visitante y todo el mundo arranca su manojo de flores y lo lleva consigo; pero no pasa mucho tiempo cuando ya han perdido su perfume y su belleza.
Al contacto con las manos de los hombres o al ser separadas del tronco que les da savia y vida, pronto se marchitan y deshojan. Sin embargo, las gentes, de muchas leguas a la redonda, aseguran que son milagrosas y las conservan, como guardan también las pencas benditas que reparte el Padre los Domingos de Ramos y que, puestas en cruz a la entrada de las casas y chozas, protegen a los habitantes, de muchos males.
En el caso de las flores del “granadillo” los milagros que éstas hacen son curativos. Una hojita colocada en el hueco de una muela quita enseguida el dolor de muelas del afectado. ¿Que un niño tiene dolor de oído? Se le introduce un pétalo cuidadosamente doblado en el oído externo y el dolor desaparece por arte de magia.
Y si alguno despierta una noche con dolor de estómago, con una infusión de pétalos de la milagrosa flor, que se tome bien caliente, desaparecen todos los síntomas y el enfermo amanece bien. Desde tiempos remotísimos saben esto los habitantes de la región y lo han practicado con buen éxito.
Es indudable, pues, que hay algo misterioso, sobrenatural, en ese “árbol del Paraíso” de Río de Jesús. Tal vez sea una de esas silenciosas bendiciones que El Eterno ha derramado sobre sus hijos.
Así piensa la gente sencilla de la región y así pensaron sus abuelos y por eso, desde tiempo inmemorial se desarrolló una devoción mística en estas gentes que creen en los poderes curativos, sobrenaturales, del árbol y que todos los años van en romería desde que empieza a florecer el árbol santo, a pagar mandas, a rezar a su sombra, a pedirle remedio para sus males, a ponerle velas y a recoger las milagrosas flores que llevan a su casa como seguro remedio para muchas enfermedades.
Con el tiempo se han ido sumando curiosos turistas a la Caravana que anualmente va a visitar el “árbol del Paraíso” o “granadillo de la Trinidad” y durante los días de Semana Santa, especialmente el Viernes Santo, el espectáculo que allí se contempla es imponente, en su sencillez.
En un espacio amplio, en medio del monte, abierto y limpio de malezas por los campesinos especialmente para esos días de Semana Santa, se ven millares de velas encendidas en “talanqueras” o candelabros rústicos, improvisados con maderas del bosque, y a centenares de fieles que arrodillados rezan rosarios y oraciones diversas, frente al inmenso altar del árbol santo de “granadillo”, adornado por
Dios mismo con sus misteriosas flores que despiden el incienso inigualable de su exquisito y exótico perfume. Es un espectáculo mitad cristiano, mitad pagano, que por lo mismo impresiona hondamente como que lo que allí hay es una comunión de almas con su Creador, en la forma más amplia y más simple, ante el primitivo altar de la
Naturaleza.
Autor: Sergio González Ruíz
Conclusión
El “granadillo” de Río de Jesús sigue floreciendo como símbolo de fe y misterio. Su resistencia al paso del tiempo y el fervor que despierta en quienes lo visitan nos recuerdan que, a veces, la naturaleza guarda secretos que solo la tradición y la esperanza saben interpretar.
Venus Maritza Hernández