Análisis de Venus Maritza Hernández
En los recuerdos de la infancia, muchos panameños evocamos estos poemas —principalmente “Cuartos” con nostalgia. La poesía de Demetrio Herrera Sevillano nos conecta con la vida cotidiana, con el pueblo y su gente, a través de imágenes sencillas pero cargadas de sentimiento.
Su mirada poética, impregnada de ternura y asombro, convierte lo común en extraordinario. En sus versos, encontramos retratos vivos de amistades, calles, objetos y emociones que marcaron una época. Aquellos amigos que inspiraron sus poemas no solo acompañaron su vida, sino que también encendieron la llama creadora del vate y diplomático panameño.
Cuartos
Zonzos
Caballo toca-tambor!
Caballo de Ernesto Davis!
Con aire de valentón
la calle golpeando viene.
Praca, prapraca, prapraca,
sobre su lomo el jinete,
cuyos albos pantalones
regada espuma parecen.
Praca, prapraca, prapraca,
sobre su lomo, el jinete.
Orgulloso, en su camino
la cola contento mueve,
diciendo adiós al que pasa,
diciendo adiós al que viere.
Caballo toca-tambor!
Caballo de Ernesto Davis!
Patriota como muy pocos,
le gusta el Tres de Noviembre.
Y a los balcones se asoman
las mujeres cuando viene,
caballo color de vino,
lunar de plata en la frente;
altivo y conquistador,
sobre su lomo, el jinete.
Con aire de valentón,
la calle golpeando viene.
Caballo toca-tambor!
Caballo de Ernesto Davis.
Tu verso
Tu verso es puro y fácil, gracioso y palpitante,
y luce la terneza de límpida oración.
Si no que nos lo diga tu “Madrigal Galante”,
donde pusiste todo tu tierno corazón.
Tu verso tiene esa dulzura idolatrada
del aura al saludarse con la fragante flor.
Y dice, sonreída, la fuente desgreñada
que Dios te deja estrofas con un visitaflor.
¡Quién sabe! Mas yo pienso –sin ser una locura–
que el aire –buen poeta– te silba y la tersura
te da de sus cantares y tú eres el firmón.
Pero lo más seguro, moderno Apolónida,
es que se vuelva música el fondo de tu vida
o lleves ruiseñores dentro del corazón.
Fugitivos
Demetrio Herrera Sevillano
Ibas endomingada. De la prisión del traje,
tus brazos —seda, nácar, festividad— huían.
Airosos fugitivos que desde su paraje
de sueño —detectives— mis ojos perseguían.
Olor a ropa limpia la tarde respiraba.
Calzados callejeros: sonrisas de charol.
Ignífero, insaciable, tu veste desgarraba
con la pupila un corro, que asesoraba el sol.
Mas se mostró el acecho, como la espiga, frágil.
Que, a pesar de ceñirte con la mirada, ágil,
febril ola de gente escamoteó tu ser.
Hoy ante el ritmo dulce de brazos femeninos,
pienso en los tuyos: leves, volátiles, ladinos.
Prisioneros en fuga… que no pude prender.
Entrenamiento
Demetrio Herrera Sevillano
El mar — boxeador rápido —
tiene de punchin-ball
a los barquillos inquietos.
Con la toalla del viento,
la tarde frota el cuerpo
sudoroso del bóxer.
Los edificios — fanáticos del ring —
contemplan apiñados
el gran entrenamiento.
(El muelle cuchichea
con un vapor que fuma…)
Y un aplauso de ola
hace empinar la torre
con el reloj en mano
para llevar el tiempo.
Chiquillos vagabundos,
los pájaros marinos
se cuelan por el techo.
DOMINGO
Demetrio Herrera Sevillano
Las fachadas,
curiosas,
agrúpanse en las aceras
para mirar al que pasa.
La tarde pasea en autobús.
El sol tiene una mano
metida en la cantina
y hay un danzón travieso
que me está haciendo cosquillas.
Niños.
Corrillo sin brújula.
Un auto duerme la siesta,
y desde los balcones
saludan las banderas.
En la esquina,
un poste se entretiene
viendo en ropa interior...
a unas naranjas.
N U B E S
Por la plaza del espacio,
pensando vienen y van.
Procesión de dirigibles
en un vuelo sin parada
¿por el mundo sideral?...
¡Míralas!
Están cansadas
y doloridas de andar.
¡Oh, las nubes!
¡Pobrecitas!
¿En qué conflicto estarán?
NOCTURNO DE LAS CALLES
En la rodilla de un poste-rubí
que luce la noche,
el foco sobresaltado
de una cajilla de alarma.
Los faroles eléctricos-candelabros
ante el muerto de la calle
echan sus brazos de luz
en las espaldas sedosas
del silencio.
Están las casas pensando.
Y el cielo —mesa de Dios—
viste su carpeta bruna.
Traigo la mirada:
grave me va observando la sombra.
Entre la sombra hay un bulto:
algún fantasma en la sombra.
Abro el compás de mis piernas
y marco un punto 2
y marco miles de puntos.
La soledad ha dormido
a la ciudad en sus brazos.
Sólo mi existencia sigue:
la lleva el sueño a empellones
hacia sus paredes.
CON MI KODAK
Demetrio Herrera Sevillano
De la tienda de un asiático
sale una niña
que lleva cristal humeante en la mano.
(Yo tengo la esquina presa
con mi inclemente calzado)
Súbito... ¡ZAS!
Es el viento que, al huir de un automóvil,
me ha echado encima su cuerpo.
Los trabajadores pasan
con el cansancio en los hombros.
Un chico cruza corriendo.
Y, el sol, que se va cayendo,
se agarra de un edificio.
¡Estomacal refunfuño!...
Y por un inerte brazo de la calle
parto aprisa.
En el camino me hallo
con la gente...
y con la brisa.
C I U D A D
Ahora voy trazando
una línea de construcción
con los lápices de mis piernas.
Los automóviles
abren los ojos.
La gente sube a las casas
por acordeones en desperezo.
En este pasadizo,
la oscuridad
me ha extraído las pupilas.
Anuncios trepadores
contemplan sonreídos la ciudad;
de las habitaciones
salen a tomar aire
los reflejos.
Así cruzo las calles indefensas
que el paso hiere sin piedad.
Y mis recuerdos son —también—
motivo de mi entretenimiento.
Suave los llevo
de una mano a otra,
cual rubia colección
de figuritas de estrellas del cinema.
Orfandad
Demetrio Herrera Sevillano
He venido a buscar la voz de azúcar.
He venido a buscar los agresivos
ósculos reventones, que me azuzan.
Carbón
es este sitio.
Yo,
para distraerme,
retozo con su nombre-confite halagador
entre mis labios.
Hundido hasta la rústica rodilla
duerme en el mar el muelle proletario.
Y cerca mí
almas...
tres almas que el cemento martiriza,
que les suelta el furor de sus agravios.
Rugen las olas con acento grave.
Contra el muro de cómodo edificio
avientan el peñón de su coraje.
Mas ¡ah!
que por el crudo
aprieto de calleja enlutecida,
—veste algodón en carne nacarina—
la esencia, la esperada.
Luciérnaga vivaz por una gruta.
Lucífera azucena que aproximase
por sombras apiñadas.
Se oye el silencio... Se oye.
El aire petrifica su presencia
y solo la protesta del mar cruje lejana.
Nada responde a los rugidos, nada.
El cielo es un giboso sordomudo.
Un palacio sin lumbres... Sin entradas.
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