Édenica, poema de Gaspar Octavio Hernandez

Ilustración en acuarela de Adán y Eva bajo un árbol frutal en el Jardín del Edén, cubiertos con hojas verdes, en una escena serena y simbólica inspirada en el poema en prosa 'Edénica' de Gaspar Octavio Hernández.










Reflexión sobre “Edénica”

Este cuento en prosa de Gaspar Octavio Hernández es tan dulce, tan sereno al inicio, que al llegar al final se siente como un baño de agua fría después de una tibia siesta. Es un contraste fuerte, realista, casi desgarrador, pero profundamente humano.

Se acoge a la esencia misma de la naturaleza humana: esa inconformidad constante, ese anhelo por lo inalcanzable, aun cuando se nos ha dado todo. No importa cuánta dicha, compañía o belleza Dios nos haya brindado... siempre parece que algo falta. Y a veces, lo que deseamos no nos pertenece, ni nos conviene.

Solo Dios sabe qué es lo mejor para nosotros. Cuando caminamos de su mano, Él nos da lo que realmente nos beneficia, y lo que no llega, simplemente no es el momento, o no es lo adecuado para nuestro bien. Porque en su infinita sabiduría, Él sabe cuándo, cómo y por qué darnos cada cosa.

Venus Maritza Hernández


Edénica

Autor: Gaspar Octavio Hernández

 Desnudos, en la pulcra desnudez del más ingenuo pudor, bajo cargado peral se reclinaron en el césped aquellas dos puras bellezas humanas. 

Era uno de los días primeros. El Mundo estaba recién creado y exhalaba toda la frescura de su niñez. Con iris de perla blanca y luz de diamante esplendía el cielo.... 

Era la horade languidez en que se iba la Tarde.... Canciones y vuelos de pájaros turbaban la serenidad y el silencio. Y se oía la música del agua del río que fecundaba la tierra edénica, abriendo- sus cuatro brazos de color de ópalo, como si con ellos quisiera juntar, en uno sólo, todos los jardines que florecían en los cuatro puntos cardinales del planeta. ... 

 Y sucedía que en aquel instante, Adán estaba triste. Echado en la yerba naciente, con la riza cabellera negra en desorden bellísimo; apoyada la faz en la diestra; la mirada fija en el verde suelo del Paraíso, el primer hombre meditaba. 

Con la más fina tenuidad se humedecían sus pupilas. Mas su boca era inmóvil, inmóvil y muda como una montaña, en ese instante de meditaciones íntimas. Frente al meditabundo, casta en su desnudez, regia en la opulencia de su rosada carne desnuda; blonda como la diadema que ciñe la frente de Artemisa en las noches más diáfanas; con las grandes pupilas de azul clavadas en el rostro del cuitado, hablaba nuestra madre, Varona, la primera ternura convertida en mujer; la primera sonrisa de Dios convertida en cuerpo terreno. Apoyó la diestra en el hombro del hombre. 

Le miró fijamente a los ojos. Dijo: —¿Qué te apena. Adán mío?—¿Por qué esas pupilas, cuyas miradas eran suaves como una sonrisa, miran con gravedad y tristeza? ¿Porqué se aflige tu rostro? ¿Por qué tan contraída esa mejilla que ahora no más parecía un fruto lozano de color de manzana madura? ¿No ves que me haces pensativa? 

 ¡Mira qué dulcemente se va despidiendo la Tarde....Va caminando por un sendero de rosas y agita un pañuelo morado como las lilas que tiemblan a orillas del rio. ¡Mira qué dulcemente se va despidiendo la Tarde! 

 Los luceros comienzan a asomar para vernos.... sólo para vernos! Hoy aspiro más fragancias que ayer! Hoy siento más deseos de amarte, porque te hallo triste, muy triste!... .Yo he nacido para ennoblecer con mi belleza la soledad de tu vida....

¿Qué te falta, Adán mío?.... Tiempo hubo en que sobraron motivos para que entristecieras. Llegaban las noches, y las es trellas te veían solo, melancólicamente solo.... 

 Llegaba la aurora en su barca de velas rosadas, y al verte solo, tan dolorosamente solo, palidecía de angustia y de compasión por tí: lloraba y sus lágrimas caían en el huerto y parecían transparentes piedrecitas blancas en cada flor y en cada hoja. 

 Mas aquellos días de soledad pasaron como la sombra. Para hacerte compañía he nacido.... Yo he nacido para ceñir mis manos a tus sienes cuando en tus horas de intensos pensares pareces presentir la ruina de nuestra ventura. 

Cuando a dormir empiezas en tu lecho de flores, yo me regocijo hundiendo mis dedos en tu cabellera. Me place 'arrullarte con blandas músicas hasta verte profundamente dormido. 

Si, al caminar, tropieza tu planta con algún pedrusco, mis labios acuden gozosos a besar tu carne herida y advierto que, entonces, mi beso te devuelve quietud y alegría. Ya no estás solo, Adán mío....Ya no estás sólo. .. .¿Por qué entristeces?. . ..  

Y Adán permanecía callado. Y ya había desaparecido la Tarde. Y la música del agua del rio sonó más penetrante en el silencio del comenzar de la noche. Y el jardín se ennegreció de oscu ridad y el cielo brilló como enorme cortina azul bordada de plata y de diamantes.... 

Eva hundió la noble testa coronada de oro en el regazo del hombre. Y al contacto del regazo del hombre fué adormeciéndose, adormeciéndose. Luego, quedose en el sueño más hondo. 

Y Adán permaneció callado. Y triste. Mas sintió la voz del Señor; sacudió las melenas como un león sorprendido por la más Inesperada sorpresa, y volvió la pupila hacía la altura. 

 —Adán!—le dijo el Padre

—¿Por qué sufres? No bebes del agua de todas las fuentes? ¿No aspiras la fragancia de todas las flores? Estabas solo, y te di compañera... .Te di una mujer en quien puse brillo de estrella, suavidad de jazmín y elegancia de palma! 

¿Qué te hace falta, hijo mío? Y con voz semi-cortada por los sollozos; voz que se ahondó e,n el silencio del comenzar de la noche como la más penetrante queja de hastío que recorriera los vientos, exclamó el primer hombre: 

 —¡Estar solo, Señor!.... Estar solo!....

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